Las imágenes pornográficas son imágenes o vídeos que muestran a personas desnudas, genitales u otras zonas erógenas, escenas de personas realizando juegos sexuales reales o simulados, producidas para despertar placer o pensamientos lujuriosos en otras personas. Estas imágenes también se conocen como imágenes pornográficas, imágenes X, imágenes obscenas, imágenes para adultos, imágenes prohibidas a menores de 18 años, etc. La frontera entre las imágenes eróticas (las llamadas imágenes sexys, que despiertan pensamientos sexuales, no necesariamente de desnudez) y las imágenes pornográficas no es claramente definible. Estas imágenes se distribuyen generalmente en periódicos y revistas, en películas en cines y videoclubs, en televisión, en Internet (sitios pornográficos, Facebook y otras redes sociales, etc.), en CD, DVD, tarjetas de memoria, memorias USB, etc., gratuitamente o pagando.

Las imágenes pornográficas tienen un cierto poder. Quienes se invierten en estas imágenes de desnudez pronto se dan cuenta de que no pueden olvidarlas fácilmente. Les persiguen y les incitan a repetir la experiencia. Pronto se convierten en esclavos, en adictos, y pasan cada vez más tiempo frente a ellas. La pornografía, como las drogas, crea una necesidad y empuja a los individuos a pasar de la pornografía blanda o « soft core », en busca de material más excitante, más violento, más perverso, la pornografía dura o « hard core ».

Como cualquier droga, no es fácil deshacerse de ella. La pornografía influye sin saberlo en la mente de sus consumidores. Tiene un efecto desastroso en sus relaciones con los hombres y mujeres con los que entran en contacto, e interfiere inconscientemente en su vida emocional y moral. A fuerza de ver pornografía, algunas personas acaban preguntándose por qué es pecado si « no les hace nada ». Si tenemos en cuenta que los carteles publicitarios y los anuncios de televisión, que suelen durar unos segundos, tienden a persuadir a quienes los ven para que compren un determinado producto (coche, contratos de seguros, jabón, teléfono, etc.), ¿podemos estar seguros de que es inofensivo ver una película pornográfica de 90 o 120 minutos, o pasar largas horas expuesto a imágenes o secuencias de vídeo de sexo, aunque, por costumbre y cansancio, a veces uno no se excite? ¿No podría emplearse ese tiempo perdido en otras cosas más beneficiosas y constructivas?

La pornografía es y seguirá siendo una ofensa grave contra la castidad por varias razones. En primer lugar, provoca malos pensamientos en el espectador. Como consecuencia, la exposición a imágenes pornográficas lleva tarde o temprano a la masturbación, la fornicación, el adulterio, la homosexualidad, la violación, etc. Pero Jesús nos pide que nos mantengamos alejados del pecado y de todo lo que pueda conducir al pecado: « Todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón. Si, pues, tu ojo derecho te es ocasión de pecado, sácatelo y arrójalo de ti; más te conviene que se pierda uno de tus miembros, que no que todo tu cuerpo sea arrojado a la gehena » (Mt 5, 28-29).

La pornografía es también un grave delito contra la sociedad en su conjunto. Su proliferación va de la mano con la depravación de la moral, porque empuja a los jóvenes a experimentar el sexo a una edad muy temprana, ya sea solos o en pareja, y los mantiene en este mal camino. Los adultos tampoco se libran. Basta pensar en lo que ocurre cuando hay un embarazo « no deseado », y en cómo se educa y cuida a los niños nacidos de estas uniones indebidas.

La pornografía es igualmente una falta grave contra el pudor, ya que no protege la intimidad de las personas y revela lo que debería permanecer oculto. Quienes eligen consumir productos pornográficos están de acuerdo con el principio mismo de la llamada industria para adultos, con todas las prácticas que se les presentan, sabiendo perfectamente que la mayoría de los actores son pagados para ser fotografiados o filmados, que muy a menudo tienen que soportar intensos dolores con una sonrisa en la cara para realizar determinadas escenas, que son tratados como animales, mercancías que se utilizan para proporcionar un placer rudimentario. Pero, « ¡Ay, los que llaman al mal bien, y al bien mal; que dan oscuridad por luz, y luz por oscuridad; ¡que dan amargo por dulce, y dulce por amargo! » (Is 5, 20)

En consecuencia, la pornografía constituye un beneficio ilícito para todos los implicados: actores, productores de películas, distribuidores, promotores de revistas y espectáculos, minoristas, proveedores de acceso a Internet, etc. « ¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida? O ¿qué puede dar el hombre a cambio de su vida? » (Mt 16, 26) « Ningún criado puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al Dinero » (Lc 16, 13).

Además, la pornografía sumerge a sus consumidores en una ilusión acerca de la sexualidad. Las chicas y las mujeres están siempre disponibles, dispuestas a todo, aceptando ser tratadas sin afecto, sin diálogo, sin delicadeza, sin pudor, con violencia y desprecio. Nunca hay fracaso sexual o físico. La relación sexual se presenta como increíblemente larga, infinitamente placentera, y todas las formas de sexualidad están presentes. Todas las situaciones de la vida ordinaria se transforman en situaciones eróticas.

Todo esto está lejos de la realidad y contribuye a dañar la imagen de la mujer, que se reduce a puro objeto de placer, y a engañar a la gente sobre el verdadero amor, que implica confianza, respeto, escucha y entrega. También contribuye a crear un complejo masculino sobre el tamaño de sus genitales y su rendimiento sexual, y a la disfunción eréctil. La pornografía pervierte a las personas haciéndolas fantasear constantemente allí donde ven hombres o mujeres, volviéndolas agresivas, compulsivas, obsesivas y aditivas. Contra esto, dice san Pablo, « mortificad vuestros miembros terrenos: fornicación, impureza, pasiones, malos deseos y la codicia, que es una idolatría, todo lo cual atrae la cólera de Dios sobre los rebeldes, y que también vosotros practicabais en otro tiempo, cuando vivíais entre ellas. Pero ahora, desechad también vosotros todo esto: cólera, ira, maldad, maledicencia y palabras groseras, lejos de vuestra boca » (Col 3, 5-8).

Algunas parejas que han introducido la pornografía en sus hogares, pensando que sería bueno para su vida sexual, pronto se dan cuenta de que ésta se ha vuelto desastrosa. No poder reproducir las mismas proezas que los actores de las películas X crea una cierta frustración, un complejo. Es más, con el paso del tiempo, la adicción se instala y las parejas llegan a encontrar la excitación sólo a través de la pornografía. ¿Es realmente agradable para una mujer que, para hacer el amor con ella, su pareja tenga que fantasear primero con cuerpos distintos del suyo, con imágenes? Por supuesto que no.

Poco a poco, la pareja pierde todo interés por las relaciones sexuales « convencionales », « normales », en favor de la masturbación y otras prácticas inconvenientes, alejadas de un intercambio romántico de caricias y afecto. Algunas mujeres, para complacer a sus maridos, acaban soportando prácticas que no aprueban. Otras se niegan en redondo: están en su derecho de exigir respeto por su cuerpo. En todos los casos, para compensar la insatisfacción, para satisfacer la carrera por el rendimiento y las fantasías, se recurre al adulterio, la frecuentación de prostitutas, la violación, la violencia sexual y, finalmente, el divorcio. Pero, « lo que Dios unió no lo separe el hombre » (Mt 19, 6). Et « ¡Ay del mundo por los escándalos! Es forzoso, ciertamente, que vengan escándalos, pero ¡ay de aquel hombre por quien el escándalo viene! » (Mt 18, 7)

El escándalo es aún mayor si tenemos en cuenta su impacto en niños y adolescentes. A los más pequeños les escandalizan más las películas de terror, las violentas, las escenas de asesinatos y, sobre todo, las imágenes obscenas. Al consumir pornografía, los padres multiplican las posibilidades de que sus hijos tengan acceso a ella. Porque, además de las imágenes indecentes ya disponibles en la televisión e Internet, sus hijos pueden tropezar un día con el alijo de material pornográfico de sus padres o incluso con el código de acceso al canal de televisión pornográfico, sobre todo porque los jóvenes son mucho más hábiles tecnológicamente que sus padres. Se convertirán en adictos desde una edad temprana. Esos mismos padres son los primeros en asustarse cuando pillan a sus hijos pequeños probando cosas con sus amigos, hermanos o hermanas cuando juegan sin supervisión.

Esta verdadera instrumentalización del cuerpo del otro sobre todo femenino es incontrolable. Como resultado, muchos adictos proyectan sus fantasías en sus cónyuges e incluso, trágicamente, en sus propios hijos. Su propia familia se convierte en carne consumible. Muchos adictos, saturados por estas imágenes que no pueden controlar, acaban horrorizados. No es de extrañar que cada vez tengamos más noticias de mujeres locas que se quedan embarazadas en nuestras calles, de casos de violación, de padres que abusan de sus hijas, de hermanos de la misma familia que se acuestan juntos, etc.

Las personas que, llevadas por el hastío y el asco, han conseguido abandonar la pornografía a costa de un gran esfuerzo diario, son capaces de reencontrar la paz interior, la serenidad en sus relaciones con los demás y el afecto en sus relaciones. Por eso « os exhortamos, asimismo, hermanos, a que amonestéis a los que viven desconcertados, animéis a los pusilánimes, sostengáis a los débiles y seáis pacientes con todos » (1 Ts 5, 14). « La propagación de la pornografía y de la violencia a través de los medios de comunicación social es una ofensa a los individuos y a la sociedad y plantea un problema urgente que exige respuestas realistas por parte de las personas y los grupos. El legítimo derecho a la libertad de expresión y al intercambio libre de información ha de ser protegido. Al mismo tiempo, hay que salvaguardar el derecho de los individuos, de las familias y de la sociedad a la vida privada, a la decencia pública y a la protección de los valores esenciales de la vida. Los legisladores, los encargados de la administración del Estado y de la justicia están llamados a dar una respuesta al problema de la pornografía y de la violencia sádica difundidas por los medios de comunicación. Se han de promulgar leyes sanas, se han de clarificar las ambiguas y se han de reforzar las leyes que ya existen » [1].

 

Nota : 

[1] Cf. Pontificio consejo para las comunicaciones sociales, Pornografía y violencia en las comunicaciones sociales: una respuesta pastoral, n°21.28.


Autor : Padre Kizito NIKIEMA, sacerdote de la archidiócesis de Uagadugú (Burkina Faso).
Traducción: Hermana Viviane COMPAORE.


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