Dios creó los ojos para que viéramos. La importancia de este órgano en nuestras actividades cotidianas y en nuestras relaciones con los demás es evidente. Jesús curó a los ciegos (cf. Mt 12, 22; Jn 9; etc.) para mostrar que los ojos son cruciales para ver la luz del día, pero también y sobre todo para que, cuando veamos a las personas y los diversos elementos que componen el cielo y la tierra, demos gloria al Creador, para « no participar en las obras infructuosas de las tinieblas » (cf. Ef 5, 11).
Sentirse atraído por un hombre o una mujer, admirar su belleza, enamorarse, pensar en él o ella, cortejarlo, salir juntos no son pecados. Es normal y sano en sí mismo. Y en eso consisten los matrimonios por la Iglesia. Los casados no cometen pecado por desearse. También debemos señalar que todo lo que ocurre en los sueños durante el sueño es involuntario y, por lo tanto, no constituye un pecado. Tampoco es pecado que el cuerpo se excite (erección, sensación de estar mojado) sin culpa de la voluntad: son reacciones normales del organismo en un entorno determinado y según el desarrollo psíquico de cada individuo.
El pecado es otra cosa. A menudo hablamos de « miradas que desvisten », « miradas que buscan el placer », « miradas que riegan los ojos », etc. De ahí la necesidad de vestirse decentemente para no someter a los demás a la tentación. Pecado es cuando imaginamos voluntariamente actos sexuales ilícitos (fornicación, adulterio, etc.), o cuando miramos voluntariamente a una persona, una imagen erótica, etc., para imaginar algo sexual. Aquí, la otra persona es vista como un objeto de placer, un mero motivo de excitación. El pecado ya está ahí, cometido en el pensamiento, aunque (todavía) no se cometa con la acción. « La luz del cuerpo es el ojo. Si tu ojo está sano, todo tu cuerpo estará luminoso; pero si tu ojo está malo, todo tu cuerpo estará a oscuras. Y si la luz en ti es tinieblas, qué tinieblas habrá » (Mt 6, 22-23).
El pecado de pensamiento incluye también el arrepentimiento por no haber aprovechado una buena ocasión para cometer actos de lujuria (fornicación, adulterio, prostitución, etc.), el regocijo en el recuerdo de malas acciones pasadas, y también la previsión o planificación de otras malas acciones para el futuro.
El pecado también está presente en las palabras: hacer chistes y alusiones a cosas obscenas, disfrutar escuchando a otros contar sus hazañas impúdicas o escuchar música con letras perversas preparan la mente para pensamientos impuros. De hecho, la mayoría de los que les gusta hablar de sus actividades sexuales inventan a menudo historias o exageran los hechos para hacerse ver. Ahora bien, « no salga de vuestra boca palabra dañosa, sino la que sea conveniente para edificar según la necesidad y hacer el bien a los que os escuchen » (Ef 4, 29).
Jesús enseñó: « Habéis oído que se dijo: "No cometerás adulterio". Pues yo os digo: Todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón » (Mt 5, 27-28). En efecto, una vez concebido un pecado en la mente, bastaría una ocasión favorable para llevarlo a cabo. De ahí la necesidad de vigilar nuestros pensamientos. « Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas: fornicaciones, robos, asesinatos, adulterios, avaricias, maldades, fraude, libertinaje, envidia, injuria, insolencia, insensatez. Todas estas perversidades salen de dentro y contaminan al hombre » (Mc 7, 21-23).
Para ilustrar esto, el libro de Daniel, capítulo 13, cuenta la historia de una mujer de gran belleza, Susana. « Dos ancianos venían a menudo a casa de Joaquín, y todos los que tenían algún litigio se dirigían a ellos. Cuando todo el mundo se había retirado ya, a mediodía, Susana entraba a pasear por el jardín de su marido. Los dos ancianos, que la veían entrar a pasear todos los días, empezaron a desearla. Perdieron la cabeza dejando de mirar hacia el cielo y olvidando sus justos juicios. Estaban, pues, los dos apasionados por ella, pero no se descubrían mutuamente su tormento, por vergüenza de confesarse el deseo que tenían de unirse a ella, y trataban afanosamente de verla todos los días. Un día, después de decirse el uno al otro: "Vamos a casa, que es hora de comer", salieron y se fueron cada uno por su lado. Pero ambos volvieron sobre sus pasos y se encontraron de nuevo en el mismo sitio. Preguntándose entonces mutuamente el motivo, se confesaron su pasión y acordaron buscar el momento en que pudieran sorprender a Susana a solas.
Mientras estaban esperando la ocasión favorable, un día entró Susana en el jardín como los días precedentes, acompañada solamente de dos jóvenes doncellas, y como hacía calor quiso bañarse en el jardín. No había allí nadie, excepto los dos ancianos que, escondidos, estaban al acecho. Dijo ella a las doncellas: "Traedme aceite y perfume, y cerrad las puertas del jardín, para que pueda bañarme." Ellas obedecieron, cerraron las puertas del jardín y salieron por la puerta lateral para traer lo que Susana había pedido; no sabían que los ancianos estaban escondidos. En cuanto salieron las doncellas, los dos ancianos se levantaron, fueron corriendo donde ella, y le dijeron: "Las puertas del jardín están cerradas y nadie nos ve. Nosotros te deseamos; consiente, pues, y entrégate a nosotros. Si no, daremos testimonio contra ti diciendo que estaba contigo un joven y que por eso habías despachado a tus doncellas" » (Dn 13, 6-21). El resto del relato se encuentra en vuestras biblias.
Puede ocurrir que un mal pensamiento surja involuntariamente en nuestra mente. Esto no es un pecado. Se debe a la actividad natural de nuestra memoria o a la sugestión del enemigo. La tentación tampoco es pecado, a menos que nos pongamos voluntariamente en situaciones en las que sabemos que seremos tentados. Pecado es cuando nos adherimos voluntariamente a ese pensamiento, a esa tentación, para complacerla. « Reducimos a cautiverio todo entendimiento para obediencia de Cristo » (2 Co 10, 5).
Autor : Padre Kizito NIKIEMA, sacerdote de la archidiócesis de Uagadugú (Burkina Faso).
Traducción: Hermana Viviane COMPAORE.
- Este artículo está tomado de su libro: Mi cuerpo y el amor: La Buena Nueva sobre la sexualidad
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