Para los cristianos, fieles a las enseñanzas de Jesús, las relaciones sexuales entre un hombre y una mujer que no están casados entre sí en la iglesia son una falta grave. Este pecado se denomina fornicación para los solteros y adulterio para los casados. En la Biblia, a menudo también se denomina impureza y libertinaje. Algunos jóvenes cristianos sólo se confiesan cuando han « engañado » a su novio (o novia) o cuando se han acostado sin preservativo, pasando por alto que las relaciones sexuales entre novios son siempre pecado. El hecho de que se quieran mucho, de que estén comprometidos para casarse, de que tengan el firme proyecto de casarse por la Iglesia, o de que ya hayan contraído matrimonio civil, no puede justificar la fornicación. La Biblia nos recuerda repetidamente la gravedad de esta falta. He aquí algunos ejemplos:

  • He 13, 4: « Tened todos en gran honor el matrimonio, y el lecho conyugal sea inmaculado; que a los fornicarios y adúlteros los juzgará Dios »;

  • Ef 5, 3-7: « La fornicación, y toda impureza o codicia, ni siquiera se mencione entre vosotros, como conviene a los santos. Porque tened entendido que ningún fornicario o impuro o codicioso – que es ser idólatra – participará en la herencia del Reino de Cristo y de Dios. Que nadie os engañe con vanas razones, pues por eso viene le cólera de Dios sobre los rebeldes. No tengáis parte con ellos ».

En tiempos de Jesús, Corinto era una próspera ciudad comercial. La gente se entregaba al libertinaje, y algunos cristianos incluso habían adoptado estos malos hábitos, considerando sus desordenados deseos sexuales como necesidades naturales, del mismo modo que la comida, a la que no se puede renunciar en ninguna circunstancia. Ciertamente moriremos si pasamos varios días sin comer ni beber. Pero ¿morimos por vivir en abstinencia? Por supuesto que no. El hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, no está hecho sólo de carne, y el instinto sexual no lo es todo en él. El hombre es también y sobre todo inteligencia, voluntad y libertad: estas facultades le permiten controlar sus tendencias físicas, psicológicas y emocionales. Por eso, san Pablo reprende enérgicamente a los corintios, recordándoles que nuestro cuerpo es sagrado y resucitará en el último día:

« La comida para el vientre y el vientre para la comida. Mas lo uno y lo otro será destruido por Dios. Pero el cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor, y el Señor para el cuerpo. Y Dios, que resucitó al Señor, nos resucitará también a nosotros mediante su poder. ¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? Y ¿había de tomar yo los miembros de Cristo para hacerlos miembros de prostituta? ¡De ningún modo! ¿O no sabéis que quien se une a la prostituta se hace un solo cuerpo con ella? Pues está dicho: Los dos se harán una sola carne. Mas él que se une al Señor, se hace un solo espíritu con él. ¡Huid de la fornicación! Todo pecado que comete el hombre queda fuera de su cuerpo; más el que fornica, peca contra su propio cuerpo. ¿O no sabéis que vuestro cuerpo es santuario del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios, y que no os pertenecéis? ¡Habéis sido bien comprados! Glorificad, por tanto, a Dios en vuestro cuerpo » (1 Co 6, 13-20).

Hoy, nuestras ciudades y barrios se han convertido en algo peor que Corinto: el poder, el dinero y los bajos fondos son las nuevas deidades que dictan la conducta de nuestros contemporáneos. La fornicación se ha vuelto tan corriente, tan exaltada y fomentada que ya no escandaliza a nadie, a pesar de sus frutos tan amargos, que se desarrollan a lo largo de este libro. A este respecto, escuchemos de nuevo a san Pablo: « Porque muchos viven según os dije tantas veces, y ahora os lo repito con lágrimas, como enemigos de la cruz de Cristo, cuyo final es la perdición, cuyo Dios es el vientre, y cuya gloria está en su vergüenza, que no piensan más que en las cosas de la tierra » (Flp 3, 18-19). En este contexto, los cristianos están llamados a ser sal y luz (cf. Mt 5, 13-14) en medio de esta « generación mala y adúltera » (Mt 12, 39).


Autor : Padre Kizito NIKIEMA, sacerdote de la archidiócesis de Uagadugú (Burkina Faso).
Traducción: Hermana Viviane COMPAORE.


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