En el momento de su ordenación, los sacerdotes se comprometen a llevar una vida célibe, libremente y con pleno conocimiento de causa, tras varios años en el seminario mayor. En sentido estricto, no hacen voto de castidad. Desgraciadamente, esta afirmación se utiliza a menudo erróneamente para justificar la mala conducta de un sacerdote, o para legitimar el derecho de ciertas chicas y señoras a encandilar a un ministro sagrado. « No os engañéis; de Dios nadie se burla » (Ga 6, 7).

A diferencia de los religiosos y religiosas, los sacerdotes reciben el sacramento del Orden, que los configura con Cristo Sumo Sacerdote y los capacita para actuar in persona Christi capitis, es decir, en la persona de Cristo, Cabeza de la Iglesia, en el lugar de Cristo, casto y obediente a Dios, su Padre. Los religiosos (todavía llamados hermanos) y las monjas (hermanas) no reciben este sacramento, a excepción de algunos religiosos que se convierten en sacerdotes tras completar la formación requerida. Se llega a ser religioso haciendo votos, es decir, promesas solemnes de vivir según las reglas de un instituto religioso (congregación), siguiendo los tres llamados « votos de religión », a saber, los votos de castidad, pobreza y obediencia. Al hacer el voto de castidad, los religiosos y religiosas se comprometen a dar un mayor testimonio de este aspecto a lo largo de toda su vida.

Sin embargo, todos los cristianos, sin excepción, están llamados a vivir una vida de castidad [1], cada uno según su estado de vida, lo que implica, entre otras cosas, la fidelidad a la esposa o al esposo para los casados, y la abstinencia para los solteros, viudos y viudas. En efecto, cuando la Escritura dice: « ¡Huid de la fornicación! » (1 Co 6, 18), o también: « Tened todos en gran honor el matrimonio, y el lecho conyugal sea inmaculado; que a los fornicarios y adúlteros los juzgará Dios » (Hb 13, 4), o simplemente: « Como en pleno día, procedamos con decoro: nada de comilonas y borracheras; nada de lujurias y desenfrenos; nada de rivalidades y envidias. Revestíos más bien del Señor Jesucristo y no os preocupéis de la carne para satisfacer sus concupiscencias » (Rm 13, 13-14), esto concierne a todos, especialmente a los sacerdotes y a los religiosos y religiosas, que deben vivir con piedad su celibato, que han consagrado a Dios.

La Iglesia expresa la gravedad de los actos mediante una gradación de vocabulario: el pecado de una persona soltera, viuda o viudo se llamará « fornicación », el de una persona casada « adulterio », y el de una persona consagrada (sacerdote, religioso) « sacrilegio », es decir profanación de su cuerpo que es sagrado.

No nos corresponde juzgar ni condenar a quienes caen en pecado, sea cual sea. Sin embargo, todo el mundo debería ser consciente de las palabras del Señor: « al que escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí, más le vale que le cuelguen al cuello una de esas piedras de molino que mueven los asnos, y le hundan en lo profundo del mar. ¡Ay del mundo por los escándalos! Es forzoso, ciertamente, que vengan escándalos, pero ¡ay de aquel hombre por quien el escándalo viene! » (Mt 18, 6-7)

Los « pequeños que creen en él » incluyen tanto a las personas consagradas como a los demás fieles. La palabra griega scandalos significa piedra contra la que se tropieza y se cae. Por tanto, cuando Jesús habla de escándalo, se refiere a cualquier acción que es mala en sí misma o en apariencia, y que puede llevar al prójimo a pecar, aunque el pecado no se produzca realmente, por ejemplo, porque haya podido resistir [2]. Según el derecho de la Iglesia, el sacerdote que, en el acto o con ocasión o pretexto de una confesión, solicite favores sexuales, puede ser castigado con penas severas, incluida la destitución [3]. Además, salvo en caso de peligro mortal inmediato, si un sacerdote ha cometido un pecado sexual con una persona determinada, no puede darle la absolución por ese pecado [4].

Con el Papa Pablo VI, « no queremos, dejar de agradecer con gozo profundo al Señor advirtiendo que no pocos de los que fueron desgraciadamente infieles por algún tiempo a su compromiso, habiendo recurrido con conmovedora buena voluntad a todos los medios idóneos, y principalmente a una intensa vida de oración, de humildad, de esfuerzos perseverantes sostenidos con la asiduidad al sacramento de la penitencia, han vuelto a encontrar por gracia del sumo sacerdote la vía justa y han llegado a ser, para regocijo de todos, sus ejemplares ministros » [5].

San Alfonso María de Ligorio exhortaba a sus hermanos con estas palabras: « Redoblemos nuestra atención, ¡oh sacerdotes, hermanos míos! Y temamos que toda nuestra grandeza, todos los honores a los que Dios nos ha elevado entre todos los hombres, no nos lleven un día a la condenación eterna. San Bernardo dice que el ardor con que los demonios trabajan por nuestra ruina debe redoblar nuestro celo por la salvación de nuestras almas. ¡Oh, cómo espían todas las ocasiones de perder un sacerdote, estos enemigos de nuestra felicidad! Desean más la caída de un sacerdote que la de cien seglares, bien porque la victoria sobre un sacerdote es para ellos un triunfo mil veces más glorioso, bien porque un sacerdote que cae arrastra consigo al abismo a muchos otros » [6].

« Santa Teresa del Niño Jesús, [por su parte,] consciente de la necesidad extrema de oración por todos los sacerdotes, sobre todo por los tibios, escribe en una carta dirigida a su hermana Celina: "Vivamos por las almas, seamos apóstoles, salvemos sobre todo las almas de los sacerdotes. Oremos, suframos por ellos, y, en el último día, Jesús nos lo agradecerá" » [7].

 

Notes : 

[1] Para más información sobre el concepto de castidad, consulte el artículo : .

[2] Para más detalles sobre el escándalo, véase el artículo : .

[3] Canon 1385: « El sacerdote que, durante la confesión, o con ocasión o pretexto de ella, solicita al penitente a un pecado contra el sexto mandamiento del Decálogo, debe ser castigado, según la gravedad del delito, con suspensión, prohibiciones o privaciones; y, en los casos más graves, debe ser expulsado del estado clerical ».

[4] Canon 977 : «  Fuera de peligro de muerte, es inválida la absolución del cómplice en un pecado contra el sexto mandamiento del Decálogo ». Canon 1384 § 1 : « El sacerdote que obra contra lo prescrito en el canon 977, incurre en excomunión latae sententiae reservada a la Sede Apostólica ».

[5] Pablo VI, Encíclica Sacerdotalis caelibatus sobre el celibato sacerdotal, n°90.

[6] San Alfonso María de Ligorio, Selva, o colección de materiales para discursos e instrucciones para retiros eclesiásticos.

[7] Congregación para el clero, Carta con motivo de la jornada mundial de oración por la santificación de los sacerdotes, 30 de mayo de 2008.

Crédito de la foto: egliseduburkina.org


Autor : Padre Kizito NIKIEMA, sacerdote de la archidiócesis de Uagadugú (Burkina Faso).
Traducción: Hermana Viviane COMPAORE.


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