Algunos de los doce Apóstoles estaban casados. Fue el caso de Pedro, a cuya suegra curó Jesús: « Cuando salió de la sinagoga se fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre; y le hablan de ella. Se acercó y, tomándola de la mano, la levantó. La fiebre la dejó y ella se puso a servirles » (Mc 1, 29-31).
En los primeros tiempos de la Iglesia, los sacerdotes y obispos eran elegidos entre esposos virtuosos: « Es cierta esta afirmación: Si alguno aspira al cargo de epíscopo, desea una noble función. Es, pues, necesario que el epíscopo sea irreprensible, casado una sola vez, sobrio, sensato, educado, hospitalario, apto para enseñar, ni bebedor ni violento, sino moderado, enemigo de pendencias, desprendido del dinero, que gobierne bien su propia casa y mantenga sumisos a sus hijos con toda dignidad; pues si alguno no es capaz de gobernar su propia casa, ¿cómo podrá cuidar de la Iglesia de Dios? » (1 Tm 3, 1-5). Por lo tanto, ningún polígamo y/o divorciado podía convertirse en líder de la iglesia, ya que Jesús ya se había pronunciado en contra de la poligamia y el divorcio (cf. Mt 19, 1-9).
Reflexionando sobre la enseñanza de Jesús sobre el celibato, la Iglesia católica latina ha adoptado el celibato para todos sus sacerdotes, a imagen de Jesús, Sumo Sacerdote por excelencia, que no se casó. Cabe señalar que hay sacerdotes casados en las Iglesias católicas orientales (Asia). Los que optan por el matrimonio deben casarse primero antes de ser diáconos. Pero si enviudan, no pueden volver a casarse. Allí, los obispos se eligen entre sacerdotes célibes.
Tras condenar las ofensas al matrimonio cristiano (poligamia, divorcio, cf. Mt 19, 1-9), Jesús habló a sus discípulos del celibato para el Reino de Dios: « Porque hay eunucos [personas que no se casan] que nacieron así del seno materno, y hay eunucos que se hicieron tales a sí mismos por el Reino de los Cielos. Quien pueda entender, que entienda » (Mt 19, 12). Y los católicos lo entendieron.
Más tarde, Jesús enseñó que en el cielo no se contrae matrimonio. El celibato por el Reino es, pues, en la fe y en la caridad, una manera de vivir ya en la tierra lo que viviremos en el cielo: « Aquel día se le acercaron unos saduceos, esos que niegan que haya resurrección, y le preguntaron: "Maestro, Moisés dijo: Si alguien muere sin tener hijos, su hermano se casará con la mujer de aquél para dar descendencia a su hermano. Ahora bien, había entre nosotros siete hermanos. El primero se casó y murió; y, no teniendo descendencia, dejó su mujer a su hermano. Sucedió lo mismo con el segundo, y con el tercero, hasta los siete. Después de todos murió la mujer. En la resurrección, pues, ¿de cuál de los siete será mujer? Porque todos la tuvieron." Jesús les respondió: "Estáis en un error, por no entender las Escrituras ni el poder de Dios. Pues en la resurrección, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, sino que serán como ángeles en el cielo" » (Mt 22, 23-30).
Por último, san Pablo propone el celibato, un estado de vida que facilita el apego a Dios solo con un corazón indiviso: « Yo os quisiera libres de preocupaciones. El no casado se preocupa de las cosas del Señor, de cómo agradar al Señor. El casado se preocupa de las cosas del mundo, de cómo agradar a su mujer; está por tanto dividido. La mujer no casada, lo mismo que la doncella, se preocupa de las cosas del Señor, de ser santa en el cuerpo y en el espíritu. Mas la casada se preocupa de las cosas del mundo, de cómo agradar a su marido. Os digo esto para vuestro provecho, no para tenderos un lazo, sino para moveros a lo más digno y al trato asiduo con el Señor, sin división » (1 Co 7, 32-35).
En definitiva, « la perfecta y perpetua continencia por el reino de los cielos, recomendada por nuestro Señor (cf. Mt., 19, 12), aceptada con gusto y observada plausiblemente en el decurso de los siglos e incluso en nuestros días por no pocos fieles cristianos, siempre ha sido tenida en gran aprecio por la Iglesia, especialmente para la vida sacerdotal. Porque es al mismo tiempo emblema y estímulo de la caridad pastoral y fuente peculiar de la fecundidad espiritual en el mundo. No es exigida ciertamente por la naturaleza misma del sacerdocio, como aparece por la práctica de la Iglesia primitiva (cf. 1 Tm 3, 2-5; Tt 1, 6) y por la tradición de las Iglesias orientales, en donde, además de aquellos que con todos los obispos eligen el celibato como un don de la gracia, hay también presbíteros beneméritos casados. […]
Pero el celibato tiene mucha conformidad con el sacerdocio. Porque toda la misión del sacerdote se dedica al servicio de la nueva humanidad, que Cristo, vencedor de la muerte, suscita en el mundo por su Espíritu, y que trae su origen "no de la sangre, ni de la voluntad carnal, ni de la voluntad de varón, sino de Dios" (Jn. 1, 13). Los presbíteros, pues, por la virginidad o celibato conservado por el reino de los cielos (cf. Mt 19, 12), se consagran a Cristo de una forma nueva y exquisita, se unen a El más fácilmente con un corazón indiviso (cf. 1 Co., 7, 32-34), se dedican más libremente en El y por El al servicio de Dios y de los hombres, sirven más expeditamente a su reino y a la obra de regeneración sobrenatural, y con ello se hacen más aptos para recibir ampliamente la paternidad en Cristo » [1].
A los seminaristas « hay que avisarles de los peligros que acechan su castidad, sobre todo en la sociedad de estos tiempos; ayudados con oportunos auxilios divinos y humanos, aprendan a integrar la renuncia del matrimonio de tal forma que su vida y su trabajo no sólo no reciba menoscabo del celibato, sino más bien ellos consigan un dominio más profundo del alma y del cuerpo y una madurez más completa y capten mejor la felicidad del Evangelio » [2].
Notas :
[1] Concilio Vaticano II, Decreto Presbyterorum ordinis sobre el ministerio y la vida de los presbíteros, n°16.
[2] Concilio Vaticano II, Decreto Optatam totius sobre la formación sacerdotal, n°10.
Crédito de la foto : africa.la-croix.com
Autor : Padre Kizito NIKIEMA, sacerdote de la archidiócesis de Uagadugú (Burkina Faso).
Traducción: Hermana Viviane COMPAORE.
- Este artículo está tomado de su libro: Mi cuerpo y el amor: La Buena Nueva sobre la sexualidad
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