En la Iglesia, la poligamia se refiere a la situación de una persona que ha contraído simultáneamente múltiples uniones. Se entiende en sus dos formas: varias mujeres para un solo hombre (poliginia), y varios hombres para una sola mujer (poliandria). La primera situación es la más común en todo el mundo. Sin embargo, ninguna de las dos es aceptable.

« No es bueno que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada », dice el Señor (Gn 2, 18). Después de lo cual creó a la mujer y la llevó al hombre. « Por eso deja el hombre a su padre y a su madre y se une a su mujer, y se hacen una sola carne » (Gn 2, 24). Hay que tener en cuenta que efectivamente se dice « su » mujer (en singular), y no « sus » mujeres. La voluntad del creador desde el principio de la humanidad es el matrimonio monógamo entre un hombre y una mujer.

Fue a raíz del pecado – el pecado de Adán y Eva (Gn 3, 1-7) y el asesinato de Abel (Gn 4, 1-16) – que apareció la primera pareja polígama: « Lámek tomó dos mujeres: la primera llamada Adá, y la segunda Sillá » (Gn 4, 19). En el Antiguo Testamento, varios personajes judíos, amados por Dios, tuvieron varias esposas, sin que ello les causara ningún problema (Abraham, David, Salomón, etc.). Esto se debe a que Dios fue revelando sus mandamientos y a que, en aquella época, aún no se había comunicado la ley de la monogamia.

No fue hasta el profeta Malaquías (unos 500 años antes de Cristo) cuando se condenaron el divorcio y la poligamia: « Y esta otra cosa hacéis también vosotros: cubrir de lágrimas el altar de Yahveh, de llantos y suspiros, porque él ya no se vuelve hacia la oblación, ni la acepta con gusto de vuestras manos. Y vosotros decís: ¿Por qué? – Porque Yahveh es testigo entre tú y la esposa de tu juventud, a la que tú traicionaste, siendo así que ella era tu compañera y la mujer de tu alianza. ¿No ha hecho él un solo ser, que tiene carne y espíritu? Y este uno ¿qué busca? ¡Una posteridad dada por Dios! Guardad, pues, vuestro espíritu; no traiciones a la esposa de tu juventud. Pues yo odio el repudio, dice Yahveh Dios de Israel, y al que encubre con su vestido la violencia, dice Yahveh Sabaot. Guardad, pues, vuestro espíritu y no cometáis tal traición » (Ml 2, 13-16).

A la pregunta « ¿Puede un hombre divorciarse de su esposa por cualquier razón? » Jesús le respondió: « ¿No habéis leído que el Creador hizo desde el principio al hombre y a la mujer, y que dijo: Por tanto, el hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, ¿y los dos serán una sola carne? Así que ya no son dos, sino una sola carne. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre » (Mt 19, 3-6). Jesús reafirma la voluntad original de Dios, que no quiere la poligamia. Desde entonces, la poligamia ha sido considerada algo deleznable en la Iglesia Católica. Las publicaciones sobre el matrimonio sirven para limitar los intentos de fraude.

« La comunión conyugal hunde sus raíces en el complemento natural que existe entre el hombre y la mujer y se alimenta mediante la voluntad personal de los esposos de compartir todo su proyecto de vida, lo que tienen y lo que son; por esto tal comunión es el fruto y el signo de una exigencia profundamente humana. Pero, en Cristo Señor, Dios asume esta exigencia humana, la confirma, la purifica y la eleva conduciéndola a perfección con el sacramento del matrimonio: el Espíritu Santo infundido en la celebración sacramental ofrece a los esposos cristianos el don de una comunión nueva de amor, que es imagen viva y real de la singularísima unidad que hace de la Iglesia el indivisible Cuerpo místico del Señor Jesús.

Semejante comunión queda radicalmente contradicha por la poligamia; ésta, en efecto, niega directamente el designio de Dios tal como es revelado desde los orígenes, porque es contraria a la igual dignidad personal del hombre y de la mujer, que en el matrimonio se dan con un amor total y por lo mismo único y exclusivo. La unidad matrimonial confirmada por el Señor aparece de modo claro incluso por la igual dignidad personal del hombre y de la mujer, que debe ser reconocida en el mutuo y pleno amor » [1]. La poligamia empaña la brillante imagen del matrimonio tal como lo concibió Dios [2].

En consecuencia, un cristiano que toma más de una esposa, o una cristiana que se convierte en la esposa de un hombre que ya está casado – cualquiera que sea la forma de matrimonio contraído por ese hombre (matrimonio civil, matrimonio consuetudinario o matrimonio según los ritos de otras religiones) – se convierte inmediatamente, por el hecho mismo de la poligamia, en un adúltero permanente y es considerado un « pecador público ».

Además, el dinero o los bienes materiales pueden repartirse a partes iguales entre varias personas. En cuanto al amor entre los cónyuges, debe ser exclusivo; es falaz pensar que el amor puede repartirse por igual entre varias esposas, siendo cada una de ellas única en su especie, con sus sensibilidades particulares. En dignidad, una mujer no es media persona, ni un tercio, un cuarto o una fracción menor de persona, de modo que un hombre puede contraer matrimonio con dos, tres, cuatro o más mujeres, y generalmente sin el consentimiento de la(s) ya casada(s).

Por eso, en los países donde el derecho civil no reconoce la plena dignidad de la mujer y del matrimonio autorizando la poligamia, los cristianos deben elegir la opción monógama cuando se casan en el ayuntamiento. ¿Acaso no nacen todos los hombres y mujeres libres e iguales ante la ley? La existencia de la opción poligámica, ¿no da más derechos a los hombres, que pueden tener varias esposas, mientras que a las mujeres no se les permite tener varios maridos?

Algunos afirman descaradamente que es mejor ser polígamo y « fiel » a sus esposas que monógamo e infiel. Lo primero que hay que señalar es que ninguna de estas situaciones se ajusta al Evangelio. Además, el monógamo infiel es consciente de que su infidelidad no es loable y le resulta más fácil volver al buen camino. En cambio, el polígamo ni siquiera es consciente de que está cometiendo adulterio, de que su adulterio es más grave porque es público. Todo lo contrario. Es más difícil para ellos volver a una situación regular. ¿Y quién puede probar que ningún polígamo tiene otras relaciones aparte de sus esposas oficialmente conocidas?

No debemos juzgar a nuestros abuelos que, viviendo sin la luz del Evangelio y según las exigencias sociales y culturales de su tiempo, practicaban la poligamia. Por eso la Iglesia comprende « el drama del que, deseoso de convertirse al Evangelio, se ve obligado a repudiar una o varias mujeres con las que ha compartido años de vida conyugal. Sin embargo, la poligamia no se ajusta a la ley moral, pues contradice radicalmente la comunión conyugal. [...]. El cristiano que había sido polígamo está gravemente obligado en justicia a cumplir los deberes contraídos respecto a sus antiguas mujeres y sus hijos » [3].

Los estudios también han demostrado que la poligamia es un factor adicional en la propagación de infecciones de transmisión sexual como el SIDA [4]. En el pasado, era ilógico que un hombre cuidara de la viuda de su hermano fallecido (con sus hijos) sin tenerla como esposa. Con la llegada del VIH/SIDA, el fuerte descenso de esta práctica – el levirato –, que era una necesidad social y cultural, demuestra que sí es posible ayudar a las viudas de forma casta.

Por último, el deplorable comportamiento de algunos polígamos consiste en « liberar » a una de sus esposas para casarse con otra. Jesús condenó abiertamente el abandono de los cónyuges con vistas a un nuevo matrimonio, incluso en la monogamia. En su discusión con la mujer samaritana, « Jesús le dice: "Vete, llama a tu marido y vuelve acá". Respondió la mujer: "No tengo marido". Jesús le dice: "Bien has dicho que no tienes marido, porque has tenido cinco maridos y el que ahora tienes no es marido tuyo; en eso has dicho la verdad" » (Jn 4, 16-18).

¿Pensamos a menudo en el futuro de estas mujeres, que por lo general no vuelven a casarse, en su sentimiento de ser utilizadas y luego descartadas cuando dejan de ser « competitivas » con las jóvenes? ¿Nos preocupamos lo suficiente por el destino de sus hijos, gravemente destrozados por la separación de sus padres porque papá vio a una chica más guapa? Y si aceptáramos esta lógica de sustitución, ¿cuántas veces lo haría el marido? ¿cinco veces como la samaritana, o infinitas veces? Porque siempre habrá mujeres más guapas y jóvenes. Y este contexto es propicio al incesto, cuando la recién llegada tiene la misma edad o incluso es más joven que algunos de los hijos del marido, como suele ocurrir: « Sólo se oye hablar de inmoralidad entre vosotros, y una inmoralidad tal, que no se da ni entre los gentiles, hasta el punto de que uno de vosotros vive con la mujer de su padre … » (1 Co 5, 1).

 

Notas : 

[1] Juan Pablo II, Exhortación apostólica Familiaris consortio sobre la misiónde la familia cristiana en el mundo actual, n°19.

[2] Cf. Concilio Vaticano II, Constitución pastoral Gaudium et spes sobre la Iglesia en el mundo actual, n° 47.

[3] Catecismo de la Iglesia Católica, n° 2387.

[4] Cf. Jacques SIMPORE, Prévention de la transmission verticale du VIH : enjeux biomédicaux, implications éthiques, juridiques et culturelles, Facultate Bioethicæ Pontificii Athenaei Regina Apostolorum, Rome 2011, pp. 133-135 ; François SEDGO, Prévention SIDA et éducation chrétienne de la sexualité humaine, pp. 45-46.


Autor : Padre Kizito NIKIEMA, sacerdote de la archidiócesis de Uagadugú (Burkina Faso).
Traducción: Hermana Viviane COMPAORE.


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